Me siento personalmente ofendido y siento también que no hay derecho a esto. Me ofende que, mientras yo ando pensando qué puedo hacer para abrir nuevos caminos y para crecer, quien me gobierna me traslade un mensaje deprimente, de resignación, de no se puede hacer otra cosa, de lo que usted diga señora Merkel aunque lleve a malvivir a mis ciudadanos, de no se me ocurre nada, de es que menudo marrón, de lo que dije ayer lo dijo otro, de te voy a sacar hasta los higadillos, de entendemos el sufrimiento de la gente, de esto es lo que hay.
El presunto presidente se ha autosecuestrado y no pide rescate, no sea que alguien lo pague y se tenga que poner a gobernar. Es incapaz de dar la cara y por lo menos ruborizarse ante sus seis millones de parados, manda a su segunda (mil veces más primera que él) a darse de encontronazos con el país que es incapaz de mover y se ha convertido en el rey de lo que mi amigo Manuel Pimentel llama vampiros de energía. Es verle a través de su plasma (la única apuesta que Rajoy ha hecho por la tecnología) y caer en la depresión profunda, en el sea lo que Dios quiera, porque como sea lo que quiera este gobierno lo tenemos claro.
Vivimos en el “dame argo” gubernamental, en el “es mejor de robar por lo legal a adelgazar un gramo el estado”, en el Inem del partido no hay colas, en el joder a los ciudadanos como extraña perversión sexual. Yo no quiero un gobierno que administre la miseria, que me diga ayer lo que no va a hacer mañana o que llame plan de reformas al bricolage de colgar un cuadro torcido.
No sabíamos los españoles que el virus del gobierno calamitoso se había quedado en Moncloa para contagiar a su próximo inquilino, no sabíamos que el registrador de la propiedad lo único que iba a registrar era nuestros bolsillos para llevarse la calderilla que nos quedaba. El mensaje interpuesto que ayer transmitió Rajoy a la nación es que la parálisis es nuestro futuro y que, encima, no hay fondos para esa “dependencia”. El problema no es que hicieran un retrato de la realidad, el problema es que dijeron que la realidad no puede cambiarse. Así, que llegados a este punto, a uno sólo le queda dejarse poseer por el espíritu de Fernán Gómez y soltar un sonoro “a la mierda, vayase a usted a la mierda”.
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